martes, 23 de abril de 2013

amanecer sin ti no es tan bonito, pero tiene su punto si el nivel de hachís es el adecuado


Voy a ver amanecer con la nba de fondo
y no hay nadie a este lado de la noche que le ponga pornografía al asunto,
no hay un roto de minifalda en su presagio
ni un gracias por la compañía, deja un poco de tabaco al irte.

Diría que estoy solo, pero todo este desorden parece tan de otro
y a la vez
tan imposible y propio como un vertedero de recuerdos entre basura,
tan sumiso y barroco
como el cenicero donde se acumulan las colillas de 3 rutinas diferentes:
la del chico distante y sobrio de 66 horas a la semana,
la del “voy tan rápido que ni me entero de donde voy y hacia dónde vuelvo”
y esa otra, en la que solo sales tú, a lo lejos, y yo echándote de menos, a lo cerca.

Un regazo de chusta que dará para 3 caladas, es lo que tengo,
un poco de sueño y bastante desgana,
parálisis de acciones imprudentes
por un tiempo
muerto
para sentarme en el banquillo
y repasar las jugadas.

Puta locura de partido, ya no sé ni dónde tengo que meterla.

Apenas oigo al entrenador mientras me estremece el griterío
de un agrada que no me reconoce.
Y yo tampoco.

Quizá solo esté viendo pasar las salidas enfilado en el carril más izquierdo de la vida.
Tratando de no molestar a nadie, defendiendo sin hacer falta,
porque nadie me ataca,
y ni aun así me entere de qué demonios tengo que hacer con mis dichosas pelotas.

Y así voy, haciendo eses
ya no sé si por la borrachera,
el cansancio
o por simple adicción a las curvas.

Parezco un manojo de dudas cotilleando entre personajes secundarios
sobre el leimotiv de la película,
un signo de interrogación andante que solo se estira en el paréntesis de un culo desnudo,
un zigzag de frenesíes que vienen a pedir piel y madera para estas extrañas resacas
de acostarse de día, cada día,
y que sea de noche,
cada mañana.

Con la nba de fondo. Dios, qué solo parece el mundo en esta fiesta de estrellas apagadas.
Dónde besará el champagne las derrotas que celebramos.
Me pregunto.
Mientras cojo el poco de tabaco que me queda.
Y me lo lío, aliñándolo.

Gracias por dejármelo.
Junto a la pornografía.

Mi desorden.
A veces duele como el frío
pero ama
como una flor de migajas regada en la sombra,
como el brillo de un velero a la deriva entre el gentío
o como la anarquía de un niño rompiendo cosas.

¿sabes qué?

Creo que la gente no es del todo consciente
de lo que mola ver amanecer
sin haber dormido,
(contigo) 
preciosa.

martes, 16 de abril de 2013

al tambor de mi pistola le aburre la música punk.


No me da miedo el fuego pero temo al dragón.

Mi lista de la compra sigue siendo un desorden de letras
pero ya no pienso en tu risa cuando escribo “pasta de dientes”.

A veces me miro en el espejo con estas ojeras de cine y horarios
y anhelo las borracheras con las que jugaba a olvidarte.

Tengo un cansancio de girasoles secos cada vez que se pone el sol
y no me pilla en un baño.

Todavía ansío encontrar un sitio en donde pueda decir:
aquí será mi vida contigo.

Soy el faquir que camina descalzo sobre las brasas de una vida de ausencias
e imposibilidades,
habito la cabeza del león odiando a los domadores y el ganado,
me asusta la libertad
y cubro con cadenas el amor que desgasto como si fueran los zapatos sucios
de un niño que odia a los mayores.

Habrá gusanos que contarán nuestras desgracias a las mariposas más jóvenes,
nuestras lágrimas cubrirán el polvo de los mercados de segunda mano
y el amarillo de la nicotina filtrará nuestros errores en el barniz de las fotos
donde sonreíamos al desagüe de esta risa triste que se nos ha quedado.

El rincón donde solíamos mear es
y será
nuestra mejor metáfora,
nuestra alegoría de ensueño,
nuestra puta victoria al final.

Ya puedes descansar los privilegios, parecen decir,
ahora tienes que demostrar la fábula a los mercenarios de ilusiones ajenas
como la religión de un extranjero.

Dios no está, y nadie le espera.
Aquí enterramos a los muertos y seguimos bailando,
señor,
si tú eres mi pastor, yo soy tu oveja negra
y prefiero estos lobos a tus perros.

Contarás en tus sueños mis pesadillas, recuérdalo cuando no puedas dormir.

No tengo mucho más que declarar, toda esta mierda huele por sí misma.

El trigo limpio está pesado de moda, todo lo demás
lo podrás ver
en mis bolsillos vacíos: es un alma de guerra, señor,
y está cargado
y vivo.

martes, 9 de abril de 2013

y todo lo que debería hacer mientras bebo cerveza, fumo hash y escucho a miles.

  
A veces fantaseo con accidentes de tráfico tras los que me dejan dormir durante tres días seguidos. Me imagino estrellándome o siendo atropellado, mientras alguien me lleva en una camilla hacia una ambulancia y no vuelvo a despertar hasta más o menos eso: 3 días. Durmiendo. Dejándome en paz de una puta vez. Sin tener que alisar los cabellos a esta rutina llena de rizos. Ni tener que perder los papeles higiénicos manchando de mierda la poesía. A veces me excito pensando en el lado violento de las desgracias, y probabileo con mandar a tomar por culo el mundo o a mí, que siempre seré más fácil. Es como huir, pero obligándote a cerrar los ojos. No hay quien duerma con este rugir de mareas, joder. A veces sueño con fábulas de hormigones y cigarros, que coinciden en su misma mancha de sangre decorando este muro. Lo he construido con mis propias manos. Destrúyeme. Es la única forma que sé de ayudarme.  

¿el descaro no es igual que ser barato?

Algún día derogarán la insobornable ferocidad de nuestro alma y se lo darán a los bueyes para que estos vuelvan a tirar del arado, a escarbar la tierra y guiarnos. Algún día entenderemos que este instinto animal de compañía no era el invierno posmoderno del capitalismo, que nosotros ya soñábamos con monstruos mucho antes de que existieran los armarios, que le pusimos tantas piezas al puzzle que incluso la fatiga se nos llenó de burocracia. ¿sabes qué? hace frío, estoy cansado y me quiero ir a casa. Pero si pides otra cerveza me la tomo.

al dolor de los sueños perdidos le dedico estas ojeras

Amo ese sudor marchito que huele a instante consumado, a después. El incienso que se va posando en nuestras legañas mientras caemos dormidos tras el orgasmo. Amo cada pedazo de ti que no puedo besar cuando quiera, estas ganas ilesas de reposar y correrme en tus fantasías sin necesidad de permiso. De pedirte perdón y besarte los pies. Amo cada quiebra de labios atizando al alza mis recaídas, cada palabra que sueñas. La amo. Pero no sé si busco la paz conmigo mismo o la guerra contra ti. Incluso a veces creo que las confundo. Al final no estábamos tan equivocados: con los daños se aprende.

Vaya carita de cansados que tenemos todos últimamente, ¿no?.

Yo quería una presión de indómitos en tus deseos, pero me quedé en prisión. Hice del silencio mi mejor réplica. De la insistencia una concesión, y dejé que la vergüenza lo embadurnara todo. La vergüenza es una forma de orgullo que tragas por no vomitarte. Así que puse delantales y servilletas, plásticos con los que cubrirnos de la lluvia, techos que con la excusa del cobijo nos tapaban las estrellas y barrotes que dibujaban rayas al amanecer sobre la pared del cuarto de baño. WC. Así se llamaba aquel paisaje. Puse una carpa para que tapara la risa de los payasos y codifiqué la canción que sonaba bajo las faldas de la bailarina. Así fue mi tormenta perfecta: un desastre injustificado y manejable. Hay un niño en mis sueños que se acerca con un globo pinchado y me lo recuerda: “confundes izar velas con domesticar vientos. ¿Esa es tu idea de la libertad?

lo peor es hacer daño queriendo

Esta colección de improbables es mi temor a otorgarle la pasión a lo imposible. Todo este refugio de ausencias bajo el que me busco es el hospital de campaña en el que olvidar la guerra, mi chiringuito de huracanes por pulir, la nevera donde acicalo el frío antes de sacarlo a pasear. Solo hay que buscar en las desgracias de otros para encontrar ese poco de cinismo con el que poder dormir unas horas cada día, aunque sea intranquilo. O buscar una sorpresa en cada sonrisa, como si así pudiéramos ponerle morbo al paisaje, imáginate: afuera hiela, y aquí dentro no existe el tiempo.

Tengo un “buenos días” en la punta de la lengua, cariño, tú solo tienes que abrir las piernas.

lunes, 1 de abril de 2013

Trabajo en una peli que se titula reverso.


Hoy
juro que es cierto
se ha roto el calentador de mi casa justo cuando iba a ducharme
a primera hora de la mañana, a las 7:30 AM,
cuando iba todo motivado a mi primer día de curro después de la hostelería. Otra vez.
Así que me he duchado con agua fría. Ya sabéis, espasmos, respiración acelerada, piel de gallina, toalla a toda ostia, etcetera.
No pensarlo. Y seguir.
Me he pasado el día intentando buscar mi sitio en el rodaje.
Perdido.
Ajeno en muchos momentos, impreciso en tantos otros.
Intentando encontrarme sin pisar, en plan: ¿qué hago yo aquí y para qué me han contratado esta gente?
¿Qué puedo aportar yo en esta película desde un puesto tan lejano como el del auxiliar de dirección?
Todo el rato. Buscando saborear esa pasión de los buenos rodajes, esa ilusión que entendí, sin saber cómo explicarlo, hará unos 13 o 14 años, en aquel cine de Palencia al que fui, por primera vez yo sólo, viendo el rodillo final del film póstumo de Kubrick (Ya ni siquiera sé si habré escrito bien su nombre). 
¿Cuántas veces he cambiado de vida?
Ésa.
En la comida han tardado una hora en servirme una hamburguesa. He sido el último de todo el equipo en comer. La gente terminaba el café y yo seguía esperando que llegara mi puto plato. La gente tiraba  pal set, y yo estaba empezando a comer, ¿todavía?
Sí, hijo, sí.
Por la tarde. Bueno. Me la he pasado pensando. El run run de la gente  al rodar. La necesidad de silencio en un mundo lleno de ruido. Las jerarquías. Trabajar en equipo. Ser un grupo. De rock. Pero con solo un instrumento: la cámara. Y actores a modo de cantantes. El directo del cine es una mierda. Creo que algo así dijo Bajo Ulloa (aunque creo que le he decorado un poco la frase. Es lo que tiene el séptimo arte: mentiras).
Casi al final del rodaje se me han roto los zapatos. Los compré hace 4 o 5 años para currar con ellos de camarero en bodas y eventos así. Me los compré en un chino, me costaron 10 euros, los usé 2 veces, y desde entonces solo me los ponía cuando se me rompían las zapas de invierno en invierno y ya me esperaba a las rebajas de primavera (¿En primavera de verdad hay rebajas?) pa pillarme las zapas del invierno siguiente. Como en este que ya ha terminado. Se me rompieron hace un mes o así, y me he vuelto a poner los zapatos aquellos. Tras 4 semanas de barra, fiesta y poesía, y de un día de rodaje, se han roto. Como esas personas que un día, sin saber muy bien cuándo o cómo, se vuelven más abuelos que padres, más añejos que alijos, más reserva que crianza. Viejos, de repente. Mis zapatos. Y joder cómo llueve esta primavera.
Al llegar a casa Dano tampoco ha conseguido arreglar el calentador. Y está cocinando hamburguesas para los dos. Es lo que hoy he comido, le digo. Bueno, menos mal que te gustan mucho las hamburguesas, entonces. Me dice. Vamos a ver una peli, anda, abre una cerveza.
Mapa, de León Siminiani.
Ha vuelto a gustarme el cine. A enamorarme. Como siempre hace cada vez que desconfío de él.
Cuando empiezo a distanciarle de la poesía, siempre tiene una película con la que gritar: pero qué haces, gilipollas.
Y me deja así, callado. Con esa alegría de quien se alegra de haberse equivocado por enésima vez.
Un par de petas después abro el Facebook y
2 noticias:
Marina se va a comprar un coche. Menos mal que está en una isla, a saber dónde acabaría si el mar la dejase. Espérate. Que el mar todavía se abre para ella. Capaz. 
Y Sol ha dado al me gusta en un recuerdo nuestro. Y he entendido a esta primavera que ha empezado tan Nacho Vegas que solo puede gustarme y llorar.
He sonreído, y he imaginado su sonrisa. No sé qué antes y qué después. Porque hay sonrisas que contagian, multiplican y derivan. Se extienden. Fertilizan. Sonrisas que son como plagas. Como una tormenta de brisa matinal. Y al final nunca sabes quién empezó primero. Tanto se parecen al rencor y al odio, fíjate. Echándole siempre la culpa y la responsabilidad al otro.
El caso.
Es que hoy se me han roto el calentador
y los zapatos.
Y todo sigue roto. Incluso yo. Despegado y sin chispa.
Buscándome la vida en el desguace y los fondos,
chapoteando bajo este monzón de emociones.
Cansado, sí, y un poco sólo, también,
pero con esta sonrisa.
De no querer.
Salir en la foto  
-joder-
pero sí en la poesía.