miércoles, 28 de noviembre de 2012

galeras




 Y tú de espaldas remando a la contra,
quemando tus fuerzas en busca de una isla desierta
(“y desierta quiere decir sin ti, el mundo nunca me ha hecho compañía, recuerdas?”)
donde puedas sobrevivir a base de invierno
sin ocultarte,
sin tener que ceder tu potestad de utopías a los sueños de otro
ni nadie que te diga que su pared
es tú única opción de horizonte,
sin nadie que te tapie las laderas donde me besabas
cada vez que eras feliz,
quizá yo ya no tenga la impunidad de decir que estábamos equivocados
cuando el único error que cometí
fue no aceptar la culpabilidad de mis dudas,
esas hijas de puta,
hasta que crecieron y anidaron como un cáncer,
hasta que el amor se fue derritiendo como un gris en la materia.
Esa mierda
que solo podía ser humana.

----------------------------------------------

Miro de lejos las llamas
mientras hago de la velocidad una forma de vida.

Ya pararemos cuando la gasolina se acabe, de momento sigue pisándole.
A fondo.
A ver si lo tocas.

Me produce ternura la ingenuidad de las señales de stop.
Aunque puede que sea peor lo mío:
confundí estrellas fugaces con semáforos en ambar
y claro, los deseos se me pusieron en rojo.

Y yo creyendo que era por tus labios…

-------------------------------------------

La ansiedad llega cuando cruzas la tercera fila de  infelicidad
en un baño.
Decías que en un trocito de bolsa quemado
no podía  caber toda mi tristeza.

Pero sí la necesidad, te respondí.
Y toda tu ausencia.

Me cabe una vida de pérdidas por la nariz.
Tengo el sudor reseco y los dientes pestañeándote
en modo Fast-trip, non stop destruction.

Y el semen, al parecer a veces, me sabe a cocaína.

-------------------------------------------------

En el ditirambo el alcohol se mezclaba con lágrimas
para emborrachar a la tristeza,
había un sufragio universal de heridas
que se ponían hasta el culo de olvido,
y en cada regazo se buscaba una orgía donde poder prostituir
los principios y la fe.

En la procesión, una inquietud de bolsillos vacíos
agitaba sus caderas al futuro
y se les oía gritar: “más madera joder
queremos más madera”.

En una pancarta habían escrito:
“construido el mundo, solo nos queda destruirlo”.

Y en otra
“Talado el bosque, quién pagará nuestra necesidad de leña”

Cuando el naufragio llegó, los restos entendieron rápido
el precio solitario de la inmortalidad.
La borrachera podía disimular la tristeza
pero no el cansancio.

Y todos, como por inercia, siguieron bailando.

Pero ni siquiera la libertad, tan escuálida,
tan débil y desnuda
como una top model recién violada,
tenía fuerzas ya
para mover el culo.

-----------------------------------

Tengo un cuarto lleno de desordenes porque nunca se me dio demasiado bien
lo de la obediencia.
En esta resaca, he aprendido a mojarme los pies sin tener que cruzar el río,
ahora lo corriente pasa pero yo me quedo,
con mi par de guijarros y mis vaqueros sucios
y una afónica de traviesos en la sonrisa
y mis pintas de cigarro consumido
sentado al borde de esta alcantarilla.

En el palacio de invierno la mascarada sigue llorando
su difunta ilusión de refugio.

Cómo pesa la levedad de unos labios
cuando se estrella contra otros.
Labios.

Libremos a la luna de nuestra mierda,
y a las putas de nuestro precio.

La tristeza tiene un punto, sí.
De sutura.

Y también de ebullición
si la sacas a bailar sobre el fuego.

martes, 27 de noviembre de 2012

Aproximación melódica a este desahucio de riesgos a la intemperie



Como pinturas rupestres dibujándonos grietas en la cara, 
haciendo de la respiración asistida el único método de supervivencia asumible:
El boca a boca.

Nadie vendrá a suplir las sombras por indiscreciones,
a ponerte el pan en las manos
y la levadura en el alma,
nadie lo hará por el aire
como palomas picoteando sobre un smoking de adoquines
y alfombras,
como cucarachas en celo desprovistas de culpa
ni testigos,
con nuestra desnudez de ventanas abiertas tras las persianas,
incapaces de evitar el frío pero sí la luz,
como si solo bastara con cerrar los ojos
para dejar de vernos.

Nadie contará en gritos nuestros silencios
mientras  descontamos días en el calendario,
mientras pasamos páginas como derrotas asumidas en viernes
o deseos desprovistos de lo imposible,
tendremos que asumir lo innecesario como parte importante
de nuestros desánimos,
vivir con la cotidiana hoja de la navaja en el cuello,
apostar por el tambor contra sus balas.

No hay tinta más allá del sudor y el esperma,
de esta mezcla de lágrimas, saliva y sangre con la que empastamos
nuestras huellas como en cemento fresco,
como en arena a la espera de futuras olas
o como esas desgracias que das vueltas con el café de las 8:30
o la cerveza de las 7 de la tarde.

Somos un mechero sin chispa ni piedras en los bolsillos,
apenas el sabor de la comida recalentada nos sostiene,
decimos te quiero como el que pide cambio
porque no lleva suelto.

Tendremos que afilar los criterios sin olvidar la caricia
y bebernos las cervezas que nos queden
tendremos que sujetarnos fuertes los añicos
para no descomponernos al volver a casa,
aceptar que las migas de pan suelen conducir a callejones
y precipicios,
que ya no existe ningún camino de vuelta.

Habrá que fingir el día a día como si fuera un orgasmo que no llega
y tampoco esperamos,
mirando al techo con resignación
y alevosía
mientras el otro se corre
y tu sólo quieres saber si te queda o no
tabaco.  

domingo, 18 de noviembre de 2012

martes, 13 de noviembre de 2012


Traías la libertad como si fuera tu única compañera de viaje. “El resto de cosas las llevo aquí”, dijiste señalándote la sonrisa. Luego caminaste moviendo el culo y bueno, ¿por dónde iba?

Hiciste una alfombra con nuestra ropa y sobre ella nos pusimos a bailar el ruido de la calle. Como si Madrid nos dijera al oído: me sois más fieles a mí que a vosotros mismos. Y nos hubiera dibujado un paraíso a modo de cuarto, y nosotros fuéramos como adán y eva en una piscina de manzanas. Pero sin vergüenza.

El tercer verso te resbalaba por la espalda hasta dejarse mecer por la ladera de tu culo. Mierda. Otra vez. El tercer verso era una lágrima de sudor en tus labios. Sí… Como una coma enumerando los sueños de todas esas vidas que señalabas en el mapa. El tercer verso  ni siquiera era la mitad de la mitad de la peor de tus mamadas, pero era humilde y feliz, un poco travieso, bastante macarra, y romántico hasta el atardecer. El tercer verso brincaba como un arlequín cada vez que te corrías y aseguraba que tú ya sabías (“que tú siempre lo habías sabido”) dónde terminaba.

Dentro de ti.  
Decía.
Y yo le insultaba llamándole poesía.

sábado, 10 de noviembre de 2012

ex-preso de noche y media.


Bienvenida a mi mundo. Verás algunos monstruos por los pasillos, procura no asustarlos, se enamoran al primer suspiro.

Te dije.

Dime dónde has estado. Cuéntame en pétalos tu alegría.
Hazme reir.
Tengo cerveza, siéntate o quítate la ropa. Pero ponte cómoda.
No voy a dejar que te marches.
Hace demasiado frío como para dormir con ropa,
y esto es ya una guerra contra los pijamas.

Ok. Me dijiste como quien acepta un reto.
Sonriendo.
Mirándome la bragueta.

Así que nos hicimos de cosquillas
y de adioses, como si tuviéramos en propiedad la noche
y la poesía.
O alquilada mejor, porque nunca nos gustó ser dueños de nada.
Mucho menos de nadie.

Te pusiste a bailar desnuda para dejarme con la boca abierta. Y mucha sed.
Que era como me querías.

Y te acercaste como si fueras música.
Sobre mí.
Para que te tocara.

Como un dedo deslizándose con timidez e increcendo
por las teclas de una piano
de cola
o como un refugio de notas heridas en la cuerda floja
donde estábamos los dos.

Asfixiados y excitantes,
como el sudor y la rebeldía.

Nos reconocimos al recordarnos, o tal vez al revés,
nos emborrachamos y dejamos que la piel hablara su propio idioma

y nos contamos tantas cosas

y nos hicimos tantas otras que por la mañana
la humedad en el colchón era un mapa
con la palabra AHORA
como única ley de nuestro nuevo mundo.

Sudabas.
Y estabas preciosa.

Así que te lo volví a comer 
a modo de desayuno.

jueves, 8 de noviembre de 2012

ilaborables


Y contaremos que el paraíso era un piso alquilado,
que la ciudad era un mar abierto toda la noche,
y que había una juerga de tesoros inimaginables
bailando detrás del humo.

Que las pintadas eran de guerra pero nos hacían el amor.
Que dejábamos huellas en el aire
y que mezclábamos sudor y sueños
en las cocteleras.

Como si fueran los monstruos salvajes de un infante
orgulloso
lo contaremos idolatrando naves
y leyendas,
salivando las palabra al besarlas,
las iremos llenando de lunas, humor
y pornografía.

Hasta que nadie dude de la risa infatigable
que nos gobernaba,
de la irreverencia con que besábamos a imposibles
y extraños,
de la inseparable duda que nos hacía sentir
tan perdidos
como seguros de nosotros mismos.

Y después, fatigados tras el éxtasis y la elegancia,
brindemos con paisajes por la osadía,
colguemos la vergüenza en el perchero
y sigamos con nuestra fábula de cigarros
contra las hormigas.