viernes, 26 de agosto de 2011

hoteles estrellados

El hotel es precioso, aunque le falta una estrella
que estará bostezando por Madrid,
hay un murmullo de palmeras junto a la piscina
y un pequeño aleteo de soledades nocturnas junto a las luces
de las terrazas de todas las habitaciones, como mosquitos acercándose
a una luna artificial de noche sin sueño pero mucho cansancio,
las ojeras de un pueblecito perdido en algún lugar del levante,
y el susurro de los espejos me pregunta quién soy
y tardo un espeso silencio de reproches en contestarle,
en decirle que nadie para muchísimos,
algo para unos cuantos
y alguien para muy pocos, pero es bastante,
solo que aquí, tan de lejos de todos aquellos
que podrían reconciliarme con mis miedos
me entra el cosquilleo de la insignificancia por los poros,
las dudas de si no me equivoqué de calle, dirección o sentido,
el eterno qué quiero aparte de a ti, que fue el único gran paso que di
en toda una vida de intentos,
el hotel es precioso, con un bar de copas a cuatro y medio,
un sofá que todavía no he usado en la habitación,
una pequeña lámpara en el escritorio
y una cama de matrimonio, maldita desavenencia de las casualidades,
hoy que no estás me dan una de 1,80 en lugar de dos de 90 como nos dan siempre a nosotros,
daré vueltas buscándote, cuento con ello, y en sueños fingiré que andas por aquí desnuda
aunque sepa que mañana, a las 7 y muy poco, sonará el móvil para despertarme
y te irás, valga la maldita redundancia, en un abrir y cerrar de ojos,
el hotel es precioso, te digo, pero está tan falto de una estrella
que de nada me sirve el confort,
el lujo es una manera tan utilitaria como inservible de apagar la soledad,
solo vale como complemento circunstancial de tu risa, un luminoso subrayado
a la noche,
y entonces sí podría valer la pena, las caricias, tener esa mínima importancia
que le concedamos, sino de qué
iba a valer esta mierda de días en bandeja de plata
para una sola persona,
sino de qué iba a hacer chiribitas de naipes con el futuro
cuando bajo las persianas imaginando
el después del después de ahora,
con sus lluvias de marzo
y sus sábanas de piel contra la intemperie,
sino de qué iba a estar yo aquí jugando
a que me importo lo más insustancialmente mínimo,
esa puta manía mía: oigo un chasquido de dedos
y ya creo en la magia,
pero lo he visto, te lo juro, que al cruzar una esquina
cae del cielo y sobre tus brazos todos los anhelos de suicidio
de la que sabes que es la mujer de tu vida
y eso ya solo vale por todas las jarras de agua fría que te llevarás antes,
nos ha jodido, la lotería es una ruleta rusa con muy pocas posibilidades
y aun así, a veces dispara
y entonces te ves desorientando el mapa que te trazaste en el propio pecho
y perfilando un nuevo centro sobre la espalda ajena
o quererte en mitad de esa revolución que lleva tu nombre,
tus ojos y las miles de rutinas con las que nos fueron asfixiando,
como este hotel de menos una estrella
aprendiendo tras el colchón de la moqueta
a sentir el dolor cansado de los pies que han caminado todo lo que se podía,
las heridas abiertas como el par en par de tus piernas
en las mejores noches, esas que no entienden de afonías
ni de reproches en cigarros a medias por consumir,
desgastándonos tras la ceniza
que ahuyenta los lobos de la madrugada
o el peón de ajedrez que en mitad de la obra
pide a gritos el final de los andamios,
todo puesto como un libro de cabecera sobre las sábanas
o un mechero salvavidas en el escritorio
donde te iba a escribir una vida y fuiste tú quien abrió la puerta
y subió los escalones
del stand by en que estaba echando gasolina,
no tenía fuerzas ni ánimo
y ahora sin embargo tengo claro
que las únicas leyes que voy a poder cumplir
son las físicas,
el único silencio que me asusta
es de los ojos
y el último cartucho de pálpitos en el pecho
te lo metí en el bolsillo
cuando no mirabas
el día que te conocí,
cómo no iba a creer en la magia
si vi brillar los arbustos de la ciudad a tu paso,
si en los cables de los edificios
los pájaros de la contaminación hacían un vals de nubes de humo
rodeándote,
si la danza del vientre en las aceras desplegaba su alfombra roja
tartamudeando
y las farolas agachaban su corteza de luces terrestres
como pidiendo permiso para la inmortalidad de tus actos,
he sido testigo tantísimas veces
del gruñido de los auriculares al otro lado,
de la impaciencia de los trenes por llevarte y formar parte de tu futuro,
del pálido refugio de las sombras tras las estatuas,
que me resulto cansado y repetitivo con las malabarismos
de las palabras
en este hotel tuerto de estrellas
mientras miro la carta
y pienso lo que tú elegirías, qué podría apetecerte justo en este momento,
qué le dirías al camarero,
cómo le sonreirías y cómo sería su cara de fábula de después
de tu haberle mirado,
nostalgia quizá de esa maravillosa rutina cotidiana
que acolchamos entre paréntesis 2 o 3 días a la semana,
nunca suficiente, menos es nada, todo sería mejor,
pero es que el amor
es un perro olisqueando tras los contenedores
el único hueso que querría llevarse a la boca
mientras mueve la cola y dice guau nena,
la contingencia puntillosa de los pequeños detalles
poniéndole la zancadilla al desorden de mi cabeza,
donde hay una barra de exclamaciones
y tu bailas en ella desnuda mientras todo eso
que te rodea, el universo paralelo que te sigue
a todos los lugares donde pisas
hace como interrogantes con las cenefas de la materia viva
y parece que le vences a la muerte como con insignificancia
o como si millones de casualidades pudieran concentrase en un solo lugar
y tiempo
de forma tan extraordinariamente maravillosa
y a ti, aun así, te pasara a cada segundo y tuvieras que encogerte
con honestidad
de hombros,
el hotel es precioso, decía,
pero está tan vacío de una estrella que incluso me da un poquito de pena
verle así, compartiendo tu ausencia conmigo,
y sonrío porque en el fondo y tras el cansancio, soy feliz
(hay que decirlo)
y me paso estas noches contando las putas estrellas
pero no me salen las cuentas,
así que sí, el hotel es precioso,
pero parece una mierda.

domingo, 7 de agosto de 2011

miserables

lo primero que perdimos
fue lo último que habíamos ganado:
el reflejo de cristal
de una idea de anhelos
que quisimos llamar libertad.

pero apenas la tuvimos
y ya se nos había ido de las manos.

o nos lo habían quitado.

después, con las prisas,
perdimos también la paciencia
esperando.

un algo que nunca llegó a llegar.

luego fue la esperanza.
eso que sería la último -decían-
que perderíamos
lo perdimos también
todavía no sé si por fallo en sus predicciones
o por simple rebeldía nuestra.

pero se fue. a tomar por el culo.

ahora, que miramos el mañana con insuficiencia,
que bostezamos como la rutina,
que no tenemos absolutamente nada que luchar a cambio de,
aun, aviso, podemos perder
lo único que nos queda: los modales.

quizá así cuando nos vean morder
se arrepientan
de no haber atendido a nuestros ladridos.

los muy miserables.