sábado, 25 de octubre de 2008

mar en calma

Te mando este beso cansado y feliz, con los pies en el suelo de otra cama distinta
en un habitación que todavía me está conociendo,
días tranquilos en los que Dano cocina en la cocina, hace alubias verdes
con jamón y patatas, y los viernes hace un puré de verduras que saca de la cazuela
cuando yo me marcho a clase.
Discute con Frontela todo el rato o, dicho de otra forma, Frontela le pica siempre
y él a veces le hace caso. Es divertido.
Yo me río, pero no de esa manera que parece que vas a explotar, al contrario,
es una risa contenida que si no controlo me emociona
y me entra un remusguillo en la garganta, como si quisiera explicar algo
muy muy importante
y no me saliera.
Luego me da igual, muevo la cabeza a un lado y se me pasa.
Lo estoy descubriendo poco a poco. Como esta habitación a mí.
Como la nueva vida que he elegido y que he elegido muy bien.
He tenido suerte. Siempre he sido un tipo afortunado. En la gente, en los lugares,
en tantos zapatos rotos y en tantas líneas de metro y en tantos en fin. Vivo al lado de la parada de autobús,
en un buen barrio, con toques de elegancia africana, huele a kebap todo el día,
a carne con curry,
creo que hasta a los besos les echan especia,
no me extrañaría viendo la mirada abierta de las chicas marroquíes.
Los viejos de toda la vida gruñen como los viejos de toda la vida.
Pero se quejan menos y su acento es mejor. Más chulo. Hay quien dice que más castizo, pero yo no.
He descubierto que la libertad está sobrevalorada. Que la felicidad también.
Pero también he descubierto que para ser feliz y libre
Hay que saber mucho y muy hasta el fondo
de la tristeza y de las jaulas.
Solo ahí es donde uno puede cerrar los ojos y ver a sus dos compañeros de viaje, sus dos viejos compañeros
que le han visto envejecer y él a ellos, y es ahí donde puedes cerrar los ojos
y decir qué carajo, algo habré hecho bien
si al final y después de tanto
tengo tanto paraíso a cuestas.
No pienso demasiado en la humildad, pero me sigue asustando
la prepotencia. El exceso de seguridad. Últimamente me río por lo bajo
de mis miedos, y cuando llega la noche me tomo una cerveza y canto la única canción de los planetas que conozco.
Soy prudente cuando hablo del destino, pero opino lo mismo que aquel día
que llovía y yo me quite el sombrero para que pudiera confundirse
con mis lágrimas.
Siempre he tenido predilección adictiva por la nostalgia
que hay en los pequeños detalles de la gente que ya no ves, ¿seguirán teniéndolos?
quién sabe… las tardes de un sábado cualquiera se han convertido en pequeños pasos que acumulo y respiro,
no me asusta el hombre del saco por lo que haya en el saco
si no porque es hombre,
y eso es tan humano que hasta las pesadillas tienen ápices de delicadeza.
En la cabeza me siguen bullendo excesos y noches, trenes que no sé dónde van
pero van a algún lugar y con eso me basta.
Muchas veces he caído en la envidia, en el poder que desprende un foco,
pero ahora que me pillo mis propias mentiras no me importa tanto,
no está tan mal tener esa mitad escondida con tus defectos,
las cosas feas que guardas,
mientras no te hagan perder todas esas manos y voces que te sostienen.
Como en el sueño de anoche: tú eras feliz y se te notaba.
Había un chico agarrándote la mano.
Sujetándote. Haciendo lo que yo no sabré hacer jamás.
Un día miraré para atrás y espero al menos, y solo espero eso,
no odiar esos sueños en los que tú eras feliz
de la mano de otro.
Porque la felicidad está sobrevalorada, pero solo en la mirada de algunas personas.
En otras es un paso más, algo cotidiano y justo.
Indescifrable.
Me da tanto pavor la injusticia que no puedo despegarme de esta defensa.
Porque hay algo que me une y me mata en cada ficha que muevo,
en cada peldaño.
Días en los que el tiempo era improbable y extraño.
Este mundo somnoliento y remix, como un disco recopilatorio de canciones para por la mañana.
Despertarse a veces es un acto de fe, otras un arrebato de ganas.
Al resto se le llama inercia: un cuerpo comienza un movimiento
y no puede frenar.
Te suena, ¿verdad?
Ya lo verás, no estamos tan equivocados

jueves, 9 de octubre de 2008

garabatazos

al principio creí en algunas cosas
y creí que esas cosas eran importantes
así que luché por ellas, o con ellas, que es la mejor forma de luchar por algo.

o por alguien.

al principio me llené de sueños porque no pensaba que los sueños pudieran ser un lujo.
me llené de sueños y me dije: así, si los voy perdiendo, me quedará siempre alguno del que poder tirar.

en caso de desvanecimiento.

al principio yo no sabía de qué color eran las mentiras.
a qué sabía la rabia.
cual era el significado último de ciertas lágrimas en ciertos ojos.

ahora distingo de entre colores el gris, mastico amargura con los puños,
y he memorizado unos cuantos diccionarios de palabras
para explicar un lloro.

ya no miro tanto al cielo, pero aun resisto en caminar mirando hacia bajo.

en época de cambios, miras tus nuevas paredes y piensas que no va tan mal,
repasas los teléfonos que no usas imaginando qué sería de ti si hubieras seguido llamando.
A ratos, te buscas excusas y haces un trato contigo mismo: mirar lo bueno del camino
para poder asumir lo malo.

y extiendes las manos esperando que llueva de nuevo.
buscando el ácido pálpito de las dudas en la lengua.

al principio era un cuento lleno de planos para palacios por construir.
ahora fumo tranquilo en un piso alquilado y miro la papelera llena
de folios rotos
a garabatazos.

ni me cuesta sonreir, ni no hacerlo me hace daño.